Obra: La Magdalena
Autor: Pedro de Mena
Estilo: Escultura Barroca
Tamaño:165 cm
Material: Madera Policromada
Localización: Museo Nacional de Escultura, Valladolid
Análisis:
Pedro de Mena
nos presenta una talla realizada en madera. Mide unos 165 cm,
representada de pie, lo que es habitual en el escultor andaluz. Utiliza
el patetismo, apreciado claramente en esta obra. Como puede verse es una
escultura llena de sencillez contrastada por la cantidad de detalles
que tiene, lo que ayuda a plasmar en ella un gran realismo que no pasa
inadvertido. En esta obra, se presenta a una Magdalena de figura juvenil
en la que se pueden apreciar perfiles hebreos. En oposición, el hábito
de la Santa es rígido y de una áspera palma que oculta sus formas
femeninas.
Es su sencillez y austeridaz lo que primero llama la atención. A pesar de tratarse de una escultura en coloreada, se aprecia una policromía suave y sobria basada en ocres, marrones y rojizos. Carece de demasiados tonos oscuros, para que ese poco contraste nos permita captar mejor el dramatismo presente en la obra. Esto hace que dirijamos toda nuestra atención al foco de mayor expresividad de la figura: su rostro.
El óvalo afilado, bello y de faciones grandes deja apreciar con claridad una mirada triste de ojos enrojecidos por las lágrimas. Además, la boca entreabierta y seca completan un gesto abrumado y de claro dolor que muestra todo su arrepentimiento. Su larga cabellera humedecida enmarca el rostro y cae por todo su cuerpo ayudando a resaltar aún más la sensación de pesadumbre que trasmite la obra, ya que parecen llevar su llanto hasta el suelo.
Las manos están modeladas de manera sencilla y elegante. Sujeta con fuerza en su mano izquierda un crucifijo, que contempla con gran pena y un asombro místico. Esta mirada parece transportarla lejos de lo terrenal haciendola estar más cerca de Dios. Con la mano derecha se oprime el corazón, evitando que se desborde, lo que indica su amor y devoción por Jesucristo.
El movimiento está presente en la obra plasmado en el detalle de su pie izquierdo que parece dar un paso y avanzar. Sin embargo, contrasta con el gesto y el resto del cuerpo que indican lo contrario.
Es su sencillez y austeridaz lo que primero llama la atención. A pesar de tratarse de una escultura en coloreada, se aprecia una policromía suave y sobria basada en ocres, marrones y rojizos. Carece de demasiados tonos oscuros, para que ese poco contraste nos permita captar mejor el dramatismo presente en la obra. Esto hace que dirijamos toda nuestra atención al foco de mayor expresividad de la figura: su rostro.
El óvalo afilado, bello y de faciones grandes deja apreciar con claridad una mirada triste de ojos enrojecidos por las lágrimas. Además, la boca entreabierta y seca completan un gesto abrumado y de claro dolor que muestra todo su arrepentimiento. Su larga cabellera humedecida enmarca el rostro y cae por todo su cuerpo ayudando a resaltar aún más la sensación de pesadumbre que trasmite la obra, ya que parecen llevar su llanto hasta el suelo.
Las manos están modeladas de manera sencilla y elegante. Sujeta con fuerza en su mano izquierda un crucifijo, que contempla con gran pena y un asombro místico. Esta mirada parece transportarla lejos de lo terrenal haciendola estar más cerca de Dios. Con la mano derecha se oprime el corazón, evitando que se desborde, lo que indica su amor y devoción por Jesucristo.
El movimiento está presente en la obra plasmado en el detalle de su pie izquierdo que parece dar un paso y avanzar. Sin embargo, contrasta con el gesto y el resto del cuerpo que indican lo contrario.
Comentario:
Mena era un hombre muy religioso y devoto que se movía en círculos amistosos con obispos y clérigos. Destaca por esculpir figuras aisladas y no pasos procesionales como era habitual en los escultores religiosos de la época. Su seriedad y orden en el trabajo se reflejan en su obra. La clave de su éxito es que, sin ser su escultura muy imaginativa, supo plasmar en ella sentimientos y emociones de manera sencilla y llena de verosimilitud. El realismo sin estridencias acentuado por el patetismo son una constante en su obra. En ella nos muestra claramente la mesura y elegancia de la escuela andaluza a la que pertenece. Usa vidrio para ojos y lágrimas y su policromia no es nunca disonante siempre ajustada dentro de una gama que refuerza la sencillez de sus esculturas. Otras esculturas, La Dolorosa, Ecce Homo,San Juan Bautista Niño...
Contexto Histórico:
(Barroco Español)
La decadencia política y militar
El siglo XVII fue para España un período de
grave crisis política, militar, económica y social que terminó por
convertir el Imperio Español en una potencia de segundo rango dentro de
Europa. Los llamados Austrias menores -Felipe III, Felipe IV y Carlos
II- dejaron el gobierno de la nación en manos de ministros de confianza o
validos entre los que destacaron el duque de Lerma y el conde-duque de
Olivares. En política exterior, el duque de Lerma, valido de Felipe III,
adoptó una política pacifista y logró acabar con todos los conflictos
heredados del reinado de Felipe II. Por el contrario, el conde-duque de
Olivares, valido de Felipe VI, involucró de lleno a España en la guerra
de los Treinta Años, en la que España sufrió graves derrotas militares.
Durante la segunda mitad del
siglo, Francia aprovechó la debilidad militar española y ejerció una
continua presión expansionista sobre los territorios europeos regidos
por Carlos II. Como consecuencia de esta presión, la Corona española
perdió buena parte de sus posesiones en Europa, de modo que a principios
del siglo XVIII el Imperio español en Europa estaba totalmente
liquidado.
En política interior, la
crisis no fue menos importante. El duque de Lerma procedió a la
expulsión de los moriscos (1609), con lo que se arruinaron las tierras
de regadío del litoral levantino, y permitió la generalización de la
corrupción administrativa. Posteriormente, la política centralista del
conde-duque de Olivares provocó numerosas sublevaciones en Cataluña,
Portugal, Andalucía, Nápoles y Sicilia. La rebelión catalana fue
sofocada el año 1652, mientras que la sublevación portuguesa desembocó
en la independencia de ese país (1668).
La crisis social y económica
En el siglo XVII, España sufrió una grave
crisis demográfica, consecuencia de la expulsión de casi 300.000
moriscos y de la mortalidad provocada por las continuas guerras, el
hambre y la peste. La sociedad española del siglo XVII era una sociedad
escindida: la nobleza y el clero conservaron tierras y privilegios,
mientras que los campesinos sufrieron en todo su rigor la crisis
económica. La miseria en el campo arrastró a muchos campesinos hacia las
ciudades, donde esperaban mejorar su calidad de vida; pero en las
ciudades se vieron abarcados al ejercicio de la mendicidad cuando no
directamente a la delincuencia.
Por otra parte, la
jerarquización y el conservadurismo social dificultaban el paso de un
estamento a otro y sólo algunos burgueses lograron acceder a la nobleza.
La única posibilidad que se ofrecía al estado llano para obtener los
beneficios que la sociedad estamental concedía a los estamentos
privilegiados era pasar a engrosar las filas del clero. Este hecho,
unido al clima de fervor religioso, trajo como consecuencia que durante
el siglo XVII se duplicara el número de eclesiásticos en España.